Otra cita inexcusable alterada. La de cada 26 de abril en Gernika, a la que los socialistas vascos no hemos dejado de acudir nunca, y en la que estamos presentes también este año, aunque no podemos compartir físicamente espacio con quienes reivindican la memoria de las injusticias, de los dramas, de quienes sufrieron porque el fascismo se sublevó contra el ansia de progresar juntos en libertad y diversidad. No podemos acudir a la cita, como a la de Durango hace tres semanas y a la de tantos pueblos arrasados por las bombas. La emergencia sanitaria sólo nos permite la convocatoria con la memoria en la distancia.
Y en esta emergencia que nos recluye en nuestras casas, que nos deja tiempo para la reflexión, podemos hacer el ejercicio de imaginar a quienes huyeron del peligro y se refugiaron donde pudieron. No es comparable a lo de ahora, no, ni mucho menos. No es comparable porque nuestro confinamiento lo vivimos en nuestras casas, con nuestras cosas, con nuestra gente, y no en abarrotados espacios sin ventilar, sin las cosas más personales, sin saber del destino de los que buscaban salvarse en cualquier otro lado.
Hoy que tantos niños vuelven a airearse, a encontrarse con lo que dejaron fuera hace 43 días, podemos pensar en aquellos niños que salieron de los refugios horas después de las toneladas de bombas que cayeron sobre su pueblo y lo que se encontraron fueron sus casas arrasadas y sus recuerdos borrados. Nuestros pequeños espantarán también el miedo a lo que se encuentren fuera, sabiendo que desde fuera les llegaba una amenaza que difícilmente entenderán aunque la han batallado ejemplarmente con su paciencia. Pero se encontrarán los mismos edificios, las mismas calles y barrios, aunque sin poder compartir sus juegos. Y traducido a los ojos de los adultos, fuera de nuestras ventanas queda un sistema público que sigue velando por la sanidad, por la educación, por la protección social, por el apoyo a los emprendedores. Porque todo eso hemos salvado, mientras que en Gernika no había nada más que desolación.
No, nada es comparable, salvo el dolor por los muertos, el dolor por las despedidas que no han podido ser, el dolor de tantas soledades en tantos hogares, y los temores ante un futuro incierto. Pero con la red de seguridad que hemos sabido construir en estos años, con la capacidad de acuerdo que demostremos los políticos, hoy tenemos muchas más certezas para disipar esos miedos y empezar la reconstrucción social y económica del país. Son grandes los destrozos, pero es grande también nuestra voluntad de repararlos cuanto antes, y lo conseguiremos si somos capaces de desterrar los complejos para llegar a acuerdos y los recelos entre los rivales, si somos capaces de recuperar el mejor instrumento que jamás hemos encontrado: el de la política pura, el del encuentro con el diferente para volver a levantar a una sociedad.
Es una tarea ardua. Muy compleja. Lo es porque a algunos ni siquiera la amenaza del virus, ni siquiera una pandemia, ni siquiera este azote mundial, les ha hecho renunciar a los vicios adquiridos en los últimos tiempos. No han entendido que estamos en un proceso de derrotar un virus, no de derrocar Gobiernos. Que tenemos que poner en pie todo el edificio de progreso y de bienestar, no de poner de rodillas al que piensa diferente. Que el Gobierno de Pedro Sánchez cerró la puerta al COVID19 pidiéndonos que cerráramos las puertas de nuestras casas, que apeló a la responsabilidad ciudadana y que la ciudadanía le ha respondido. Y que ahora abre las puertas primero a los niños, pero también al acuerdo a todos, sin distinción, para que esos ciudadanos responsables puedan volver a salir a las calles. Y que esa invitación no sólo es necesaria, sino sincera y extensible a todos y cada uno de los rincones, a todas y cada una de las Comunidades, y que los socialistas queremos seguir expandiendo por Euskadi.
Cuando vuelven a pisar nuestras calles los niños, me acuerdo especialmente de quienes lo eran hace 83 años, en Gernika y en tantos pueblos de Euskadi. Quienes vivieron tanto horror siendo tan pequeños y a estas alturas no merecían pasar más incertidumbres. Merecían tener ya todo conquistado, merecían tranquilidad, merecían sosiego. Merecían disfrutar de lo que se ganaron con su esfuerzo en los años más duros y tristes, los 40 de dictadura, y en los más ilusionantes y transformadores que les siguieron, los 40 de democracia. Aquellos niños de la guerra que saben bien, porque fueron sus protagonistas, cómo se puso este país en pie, cómo se le devolvieron la democracia y las libertades, de cómo conseguimos el derecho a la salud y a la educación, de cómo consiguieron que sus hijos tuvieran los estudios que ellos no pudieron alcanzar, que sus nietos disfrutaran de una ventana abierta al mundo para llegar más lejos, de cómo recuperamos el autogobierno.
Pienso en cómo lo sienten quienes tanto sufrieron y trabajaron, quienes tanto supieron cooperar y entenderse, que fueron tan generosos, y en qué pueden pensar de la nueva amenaza que se expande, la de quienes se proponen demoler todo lo que la pandemia no ha conseguido destruir, que quieren demoler los consensos básicos que nos permiten avanzar. La amenaza de quienes escarban en emociones y sentimientos para sembrar recelos y desconfianzas, para cuestionar las legitimidades de los Gobiernos. Cómo les sonará a ellos, a quienes ya lo padecieron.
Ese virus, el de la antipolítica, el del populismo, el del enfrentamiento y el sectarismo, ese todavía no lo hemos conseguido extinguir. Pero para ese sí hay vacuna ya: diálogo, acuerdo, pactos. La política. Si a alguien le faltaban argumentos, que reflexione en el triste aniversario del bombardeo de Gernika, de por qué ocurrió, de qué arrasó, de lo que vino después. No es comparable, no. Pero no lo olvidemos. Desde luego los socialistas no lo olvidamos. Estamos empeñados en inyectar esa vacuna política en toda la tarea que tenemos por delante. La vacuna empleada por nuestros milicianos y por todos los luchadores por la libertad y la democracia que nos han precedido. Y de eso también nos acordamos hoy, porque seguimos en emergencia, protegiéndonos, protegiendo lo que más queremos, protegiendo también la memoria.
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