Hemen euskeraz /ta han erderaz. /Birao egiten zuten. /Okerbideak ezpaitaki intzaerarik, berdin tratatzen baitu /erdalduna eta euskalduna.
Los vecinos de Zorroza preservan este grito de Gabriel Aresti. Se ven reflejados en estos versos sobre la injusticia, “que no es políglota puesto que trata igual al castellano y al vasco”. Así se forjaron tantas cosas que han permitido a Euskadi llegar a donde estamos hoy: reconociéndose en la condición humana, sea uno autóctono o inmigrante, hable uno u otro idioma.
En días pasados se han desglosado datos económicos sobre la promoción del euskera desde que, recuperada la democracia, las instituciones públicas con amplísimo consenso político, que integraba a nacionalistas y no nacionalistas, impulsaron hace más de tres décadas la Ley de Normalización Lingüística. Los archivos del Parlamento nos devuelven las imágenes en blanco y negro, y escuchamos a José Antonio Maturana recordar que hacer esa ley fue resultado de una propuesta socialista previa para que el euskera se recuperara en el ámbito educativo. Añadía Maturana que, a pesar de los matices, reconocían el esfuerzo del entonces Lehendakari Carlos Garaikoetxea para que el texto aunara a los diferentes, consiguiera la concordia e impidiera que la recuperación de la lengua vasca pudiera ser arma arrojadiza. Así se forjó ese consenso básico entre diferentes, con distintas referencias lingüísticas y sociales, el reflejo mismo de Euskadi. Trabajo parlamentario de recuperación del euskera en el que no estuvo HB, por decisión propia, porque en este país la izquierda abertzale no ha querido participar en la construcción de nada, ni siquiera de la normalización del euskera.
Pasados 32 años, y en cumplimiento de esa Ley, los esfuerzos y recursos empleados, han permitido que toda una generación se haya podido formar ya, si así lo ha querido, en lengua vasca, y que en su conocimiento se hayan implicado los llegados de fuera o sus descendientes, sin un contexto familiar que propicie su habla. Además, las instituciones públicas han generalizado la prestación de sus servicios en euskera, no sin dificultades en determinadas áreas más euskaldunes, pero sí de una forma más habitual. Normalizada, como quería la ley.
Hay ahora otro reto. Conseguir que el euskera sea además lengua de uso habitual también en el ámbito privado. Pero el esfuerzo económico que deba realizarse para esa tarea debe ser proporcional al que se realice para otras. No se pueden pretender presupuestos análogos a los que se empleaban cuando había que formar a empleados públicos que desconocían la lengua, si desde hace tiempo los puestos de los trabajadores que acceden a las Administraciones vienen definidos por perfiles; o para apoyar la formación en esta lengua. No digo que no se haga, sino que no puede ser similar a épocas en las que la realidad sociolingüística era bien distinta, y sin tener en cuenta los otros retos a los que se enfrenta nuestra sociedad, sobre todo combatir la desigualdad agrandada en los seis años de crisis.
Algunos a esto le llaman demagogia. Los socialistas hemos apoyado todo el proceso de normalización desde su origen hasta la actualidad, como bien saben en el Gobierno. Pero discrepamos en la manera en la que se manejan las prioridades. Así que me quedo con la reflexión de alguien que, en el peor de los contextos, eligió aprender euskera y producir toda su obra en esa lengua. También prefiero optar por la persona, como concluye Aresti “Maldiciendo en el muelle de Zorrotza”: Eta esan nuen: Beti paratuko naiz gizonaren alde.
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