Hace unas horas hemos entregado a Txema Fínez el Premio Manuel de Irujo de Justicia 2010. Es un galardón, como dicen sus bases, concebido para reconocer públicamente la actuación de personas o colectivos que con su trayectoria personal o profesional dan testimonio de su compromiso con la Justicia y los valores que la alientan, y contribuyen al desarrollo y fomento del Derecho.
Sólo un reconocimiento más a un pequeño hombre de gigantesca talla profesional y humana. Porque Txema no será recordado únicamente por sus libros, sus artículos y sus sentencias. Su huella no ha quedado únicamente impresa en unos papeles que cualquiera puede imaginar revoloteando revueltos a merced del viento o devorados por una pequeña trituradora identificada con algún singular apodo. Ningún ‘cocodrilo’ hará desaparecer su legado. Ninguna ventolera hará pasar al olvido a este hombre bueno.
Con su sonrisa, su afabilidad, su sentido del humor, su compañerismo, su humildad y su abnegación, grabó a fuego en el corazón de quienes le tratamos los más bondadosos calificativos. Y dejo aquí de escribir, refreno mi ansia de hacerle justicia sirviéndome de las palabras, pues cualquier retahíla de méritos que mi prosa fuera capaz de reflejar quedaría enormemente corta para sus merecimientos.
Sólo añadiré, como ha dicho su viuda, Susana, en el Guggenheim, tras recibir la escultura de Nestor Basterretxea que representa el Premio Manuel de Irujo, que ha sido todo un regalo compartir un pedacito de su vida con él.
Gracias por todo, Txema.
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