Connotaciones religiosas al margen, las Navidad tiene algo de mágico. Es un tiempo de añoranza en el que se amontonan los recuerdos, los buenos y los no tan buenos. Pero también es un intermedio en el que llueve menos, un entreacto en el que las paredes de nuestros laberintos cotidianos parecen ensancharse hasta casi casi mostrarnos las anheladas salidas, un tiempo muerto en el que la alegría es prácticamente una exigencia, las buenas intenciones se presuponen y afloran sonrisas y buenos deseos. Incluso en las situaciones y las personas más insospechadas.
En realidad, un 31 de diciembre no debería ser muy diferente a un 30 de mayo. Ni un 1 de enero muy distinto de un primero de octubre. Pero la simbólica renovación del almanaque convierte la actual cuenta atrás en un sembrado de sencillas esperanzas, buenos propósitos e ilusiones que ojalá se cumplieran en su totalidad. ¡Quién tuviera la varita mágica para hacer todas realidad!
Un poco más de armonía, de buena voluntad, de fair play y de honestidad no nos vendría nada mal a lo largo del año. Así que permítanme un comentario casi melifluo, si se saca de contexto, una chiquillada: ojalá todos tuviéramos un mago dentro; ojalá siempre fuera Navidad.
Zorionak eta urte berri on. Feliz 2012. Ojalá se cumplan todas nuestras ilusiones.
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