Una maleta apresurada, un refugio para una noche, una nueva vida a improvisar. Un 10 de noviembre hace 16 años Juan y Aurora salieron de casa con su hijo y con lo puesto. El aniversario no es redondo, pero cuando después el Gobierno del que formé parte decidió elegir como Día de la Memoria esta fecha, uno de los pocos del calendario en el que no hubo asesinatos, lo hizo pensando en que no se podía olvidar el daño hecho a este país. Ningún daño, ningún día. Y durante mucho tiempo ha habido demasiada gente que no ha tenido una sola jornada en el año en el que respirar tranquila, que no sintiera la amenaza, el miedo, que no tuviera que pensar cada noche cómo protegerse mejor, si era mejor quedarse o marchar.
Hoy de nuevo el ruido no nos deja oír con claridad lo importante.
Lo importante es parar aunque sea unos minutos, en algún momento, todos aquellos que creemos que el horror sufrido jamás tuvo un sentido, que no hay razón que lo pueda justificar, que nadie debió ser asesinado, extorsionado, amenazado, secuestrado o expulsado por ninguna razón política ni por ninguna razón de Estado. Que una banda terrorista, ETA, decidió despojar de toda humanidad a sus víctimas y convertirlas en objetivo a eliminar. Y que con cada objetivo que eliminaba intentaba amedrentar y acallar al resto. Que hubo otras bandas terroristas que surgieron para combatir a ETA con sus mismas armas e inaceptables armas criminales. Y que hubo agentes públicos que, con la excusa de la existencia de ETA, violaron derechos humanos de ciudadanos de este país. Que todos los que les padecieron sufrieron igual. Que las razones fueron distintas pero igual de inaceptables. Y que el nexo que relaciona esas violencias fue la propia existencia de ETA.
El ruido y la desconfianza ya estuvieron presentes en 2010. Ya hubo ruido y desconfianza cuando un gobierno socialista, comprometido con el combate de toda vulneración de derechos y volcado en la deslegitimación de esas vulneraciones pensó en una jornada como ésta. Hubo ruido y desconfianza por parte de algunos cuando buscábamos, sin más aditamentos, encontrar un momento en el calendario para reconocer todos que no bastaba con rechazar unos hechos y callar ante otros, justificar unos y pasar otros por alto. El Día de la Memoria que propusimos, el que sigue en pie, es el que deja claro que nadie debe buscar excusas. Que no es sólo recuerdo. Que es reconocer que nunca debió ocurrir. No hacerlo en su totalidad es un fraude. La deslegitimación debe ser total, incluyente, y así lo tienen que entender quienes han visto vulnerados sus derechos más elementales.
Seis años después, cuando nadie siente esa amenaza, hay quienes entonces desconfiaron de la conveniencia de este día y hoy reprochan a otros su ausencia, sin conseguir decir que matar siempre estuvo mal. Y seis años después hay quienes participaron entonces de la oportunidad de contar con una jornada como ésta y hoy, sin la amenaza, buscan marcar una distancia que los socialistas nunca querremos, porque para el proyecto de convivencia que necesitamos construir, la que haga imposible que vuelva a pasar lo que ha pasado, tenemos que contar con todos los que hemos sufrido directamente el acoso y el horror.
No le voy a decir a unos u otros lo que deben hacer o decir. Tampoco admitiré ni una sola lección de ética y dignidad. Cuando desde el Gobierno los socialistas vascos promovimos esta jornada lo hicimos convencidos, tan convencidos como estamos ahora, de que la memoria es un pilar sustancial de toda la tarea que tenemos por delante. Una memoria que debe ser activa, que necesitan las víctimas. Que quienes padecieron a ETA necesitan que sus instituciones democráticas y los partidos que les representamos digamos sin tapujos que no olvidamos, que sabemos que ETA ha sido la causa de su dolor y la causa de un lastre social y económico para el progreso de Euskadi, y que contó con el apoyo social y político suficiente como para pervivir medio siglo. Que quienes padecieron a los GAL, BVE, ATE y otros grupos terroristas necesitan que digamos sin tapujos que no les olvidamos, que sabemos de su dolor y que estamos comprometidos en su reparación. Que quienes padecieron abusos por excesos policiales sepan que quienes les representamos tenemos una deuda tardía con el reconocimiento de su sufrimiento.
Nada más. Ése es el mensaje que quiero trasladar a todos los vascos y vascas. Pero sobre todo a los familiares de los asesinados, a quienes resultaron heridos, a quienes padecieron chantaje o secuestro: su dolor ha sido tan inútil como injusto, y nuestro compromiso es sentar las bases para que nadie más tenga que pasar por lo mismo. Un homenaje sincero a ellos y ellas, y también a todos aquellos cuyo sufrimiento, su miedo, no se ha computado en ninguna estadística. A quienes resistieron en silencio. A los agentes policiales que escondían sus uniformes. A los que quisieron construir una vida en Euskadi y tuvieron que refugiarse en una casa cuartel. Y a quienes decidieron construirse una nueva vida fuera de la presión, forzados por quienes pusieron la maceta delante de su puerta, por quienes dieron sus datos, por quienes vigilaban de cerca su vida más privada, por quienes dieron la orden, por quienes justificaron todo eso como consecuencia del conflicto y que aún no han reconocido que no había razón para segar la vida de una familia, la de un chaval que hoy estará a punto de llegar a la mayoría de edad y que ya podrá decidir libremente si regresar a la tierra de donde le echaron o construir su vida en cualquier otro lugar. También es día de acordarse de estas cosas. Aunque ningún 10 de noviembre hubo asesinatos, en muchos 10 de noviembre hubo sufrimiento. Y nada lo puede justificar, ni un solo día.
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