Cataluña necesita más que montar un pollo

Cataluña necesita más que montar un pollo

Ya lo dijo quien marca la agenda catalana. Había que montar un pollo. Y lo han montado. Eso es todo lo que se ha hecho hasta hoy. Han conseguido que un Parlamento que tiene la capacidad de hacer leyes se salte las leyes que esa Cámara aprueba. Para, a continuación, ser incapaz de acordar quién tiene que tomar las decisiones que afectan a los ciudadanos que, por su parte, sí siguen cumpliendo con otras leyes que ese mismo Legislativo aprueba. El pollo montado no es el galimatías jurídico. Es que los catalanes se han quedado desprotegidos por sus propias instituciones.

Que se lo pregunten a los farmacéuticos: la Ley acordada en su día por el Parlamento catalán les obliga a dispensar los medicamentos recetados por el sistema sanitario catalán, pero el Gobierno catalán no cumple su obligación de pagárselos. Todos los catalanes, menos los que frecuentan Andorra y Suiza, siguen pagando sus impuestos, pero el Gobierno catalán hace tiempo dejó de garantizarles una sanidad y una educación igualitaria y de calidad. Los catalanes han sido abandonados. La bronca es más importante que el bienestar. El grito sustituye al diálogo. Y el president catalán huido, escondido, a ver si le arreglan lo del Palau, mientras el presidente español se exhibe en rondas, a ver si se le arregla lo de las elecciones.

Los asambleístas anarquistas han dejado sus proclamas de justicia e igualdad en su programa electoral. La influencia de sus diputados internacionalistas no la emplean en forzar que el próximo Gobierno haga un programa social osado y ambicioso, lo emplean en fines nacionalistas y en montar el pollo. El gallo salta y el gallinero le hace el coro. A la cabeza, el partido catalán que más gala ha hecho de apoyar la Constitución, determinar políticas del Gobierno de España y haber votado la mayoría de las leyes básicas de las que ahora se quejan. Le sigue quien aspiraba al sorpasso y ha sido sobrepasado por los emergentes de la revolución.

Hay Gobiernos que fallan y Estados fallidos. Un demasiado significativo grupo de políticos en Cataluña pretenden pasar de lo primero a lo segundo. Los Gobiernos fallan cuando son incapaces de gestionar los recursos, atender a los ciudadanos y solucionar problemas. A esos se les puede cambiar tras una elección. Y podría haber pasado tras el clamoroso fracaso de Mas. Pero quienes le acompañan en la temeraria aventura puesta en marcha han optado por saltar al Estado fallido arrastrando en su organización a los que fallan y, con ellos, a todos los catalanes. No tienen proyecto para los ciudadanos. No tienen propuestas para reforzar sus derechos cívicos.

Yo asisto estupefacta a este esperpento. Tanto cúmulo de irresponsabilidad no puede caber en tan poco espacio. Y no se puede ver de otra forma desde esta Euskadi que ha construido país desde el diálogo y el consenso entre diferentes, que ha resistido a quienes querían sustituir las leyes por la fuerza, que ha conseguido reconducir a los violentos al acatamiento de la legalidad.

Para llegar a este punto, los vascos hemos sentido el aliento del resto de los españoles. También de los catalanes. Cuando se intentaba aniquilar no sólo derechos, sino la vida, de una parte de la población, supimos hacerle frente porque nunca dimitimos de nuestra responsabilidad, ni nos sentimos abandonados. Resistimos para defender la pluralidad, la diversidad y la libre identidad de todos los ciudadanos de Euskadi. Sabíamos que no defendíamos sólo los intereses de quienes estábamos amenazados. Sabíamos que estábamos defendiendo la dignidad de todo el país.

Los Socialistas Vascos fuimos imprescindibles para frenar el intento de aniquilación del Estado de Derecho, que es el que dota de contenidos, seguridad y estabilidad a los ciudadanos para garantizar los servicios públicos, los derechos sociales, la actividad económica. Es el marco de convivencia que comenzamos a construir desde el Consejo General Vasco nacido tras la dictadura y que presidió Ramón Rubial en medio de una enorme convulsión e incertidumbre en España. Lo defendimos desde la oposición a los primeros Gobiernos de Euskadi, desde gobiernos de coalición, desde la oposición al desafío soberanista que puso sobre la mesa Ibarretxe, desde el gobierno en solitario, y de nuevo desde la oposición en esta legislatura.

En medio de lo peor, conseguimos salvaguardar siempre el bien común, levantar una sanidad y una educación pública de calidad, reinventar nuestra industria tras la reconversión. Hemos salvaguardado siempre el interés de todos. Hoy seguimos siendo imprescindibles, porque hemos logrado que la agenda política de Euskadi no se deje arrastrar por la locura que unos pocos han instaurado en Cataluña. Y nos cuesta especialmente entender que quienes han gestionado el poder en una comodidad desconocida para nosotros en estas décadas borren hasta su propia historia sólo para inventar una nueva, sin importar lo que dejan atrás.

Entrenados para el acuerdo en una Comunidad donde jamás nadie ha logrado una mayoría absoluta, los socialistas de Euskadi estamos aportando sensatez y estabilidad a la política vasca. Por eso rechazamos con rotundidad que los escaños ocupados por personas cuyos sueldos siguen pagando religiosamente los catalanes que sí cumplen sus obligaciones legales sean utilizados para montar pollos y secuestrar derechos. Apostamos por lo que sabemos que puede doblegar democráticamente a quienes quieren imponer sus proyectos: usar la ley para cambiar la ley, y cambiar la ley para que cada ciudadano de este país, viva donde viva, conserve sus derechos y tenga claras sus obligaciones en un proyecto compartido, plural y de progreso. Sobran gallos, gallineros y pollos.

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