Febrero en rojo

Febrero en rojo

El más corto, el más intenso. Febrero está señalado en rojo casi cada día. Es el mes en el que hay más fechas marcadas en muchas conciencias, en las de quienes creemos en la democracia, el Estado de Derecho y en la dignidad de las personas, en los principios éticos más elementales, en el respeto a la vida y la integridad, en que no existe razón política ni razón de Estado que justifique su violación.

Hay imágenes de febrero que nos asaltan en blanco y negro. En 1981 ese mes arrancó con una persona secuestrada, José María Ryan, mientras algunos protagonizaban en Gernika un acto meramente propagandístico que hoy no devuelve más que la foto en sepia que alguien tendrá colgada en la pared como si aquello hubiera servido para algo. Siguió con el asesinato anunciado de aquel hombre que jamás debió morir, una familia destrozada, y una sociedad vasca que sintió el aldabonazo de aquel crimen injustificable y respondió en la calle. Continuó con la muerte igualmente injustificable, tras un paso por comisaría, de Joxe Arregi, de quien ETA dijo que pertenecía a la organización terrorista pero que no tuvo oportunidad de que le juzgaran por ello, que jamás debió sufrir las torturas que los jueces determinaron que había padecido, y cuya vulneración de derechos fue contestada de nuevo en las calles de Euskadi. Y culminó con el intento de golpe de Estado, que desembocó en una respuesta firme y contundente en defensa de aquel país libre que, de manera incipiente aún, se estaba empezando a construir.

Pero ETA no quiso hacer nunca caso a nada de aquello. Una parte sí. Una parte entendió ya entonces que debían terminar con la amenaza y el terror. Que las soluciones a los problemas de los vascos sólo podían llegar por vías democráticas, con la fuerza de los votos. Dejaron las armas. Sin condiciones políticas. Como exigimos que lo hagan de una vez quienes todavía pretenden tutelar las decisiones que adoptamos libremente en las instituciones.

Estos, quienes aún se resisten, nunca quisieron escuchar que la gran mayoría de los ciudadanos consideraban inaceptable matar a nadie por muchas discrepancias políticas que tuvieran. Quienes no escucharon nos dejaron más febreros en rojo. Fueron quienes decidieron que en ese mes, sin más juicio ni derechos, matar a Enrique Casas, a Fernando Múgica, a Fernando Buesa, a Joseba Pagaza. Quienes lo intentaron con Iñaki Dubrieill, con Edu Madina y con Esther Cabezudo. Quienes nos llenaron de citas a las que no faltaremos con la memoria, el recuerdo y el compromiso renovado con contar, en cada aniversario, la verdad de lo ocurrido. Les mataron o les intentaron matar por ser socialistas, por ser libres para pensar, porque decidieron usar sólo la palabra y la razón. Como a tanta gente de otros partidos, de diversas profesiones, de colectivos marcados en una diana que sintieron el miedo.

No sé si es casual que este mes de febrero lo hayamos arrancado de nuevo precisamente con dianas en nuestras sedes. El odio que movió a tantos al crimen aún queda. Parece que hay quienes sueñan todavía con un país en el que no quepa el que no piensa como ellos. Pero el miedo ya no está. Podemos decirles alto y claro que la dignidad ha vencido al terror, el Estado de derecho a la imposición y la libertad a la barbarie. Que todo aquello que quisieron eliminar y borrar matando a quienes lo defendían está presente. Y que deben reconocer el fracaso de su estrategia de dolor, tan injusta como inútil.

En vísperas de empezar este nuevo mes de febrero, sin embargo, el portavoz de EHBildu en el Pleno del Parlamento me devolvía a algún momento del pasado, a ese pasado del que en otras ocasiones parece querer huir la izquierda abertzale. Pronunció un discurso negacionista, que pretende ocultar los hechos, los datos, las esquinas donde explotaron las bombas, las lápidas con nombres tallados por la injusticia. Lo hizo con tanta obscenidad que llevó a llamar “saboteadores de la paz” a quienes han sufrido ese terror por defender ideas distintas a las suyas. Como el manto de vergüenza que quiso arrojar hace casi un año otro insigne dirigente de la izquierda abertzale, al decir que ese sufrimiento fue “según decían ellos”, en alusión a tantos miles de personas que fueron capaces de superar el miedo aunque para ello tuvieran que restringir su libertad.

Supongo que estos y otros como el escuchado ayer en la Cámara vasca sobre los homenajes a terroristas son mensajes que mandan a quienes están en las cárceles cumpliendo justa condena por sus crímenes. Pero el mensaje que les debe llegar nítido, por parte de todos los representantes institucionales, es que cuando salgan de prisión verán el triunfo de todo aquello que combatieron, el Estado de derecho, la democracia y el ejemplar comportamiento de unas víctimas que mantienen vivo el recuerdo, la dignidad que los asesinos quisieron arrebatar a sus familiares. Unas víctimas a las que no hay que exigir nada, ni que se reconcilien ni que perdonen, pero que sí están en condiciones de exigir. De exigir que se diga con claridad, porque así lo merecen, que nunca jamás hubo una sola razón que justificara su muerte, su exilio, sus miedos, su falta de libertad.

Eso es deslegitimar el terrorismo. De eso nos vamos a encargar en la ponencia que nacerá en breve. Quienes no admitimos trueques en la defensa de los derechos cuando nos mataban no lo haremos ahora. Trabajaremos por construir la convivencia desde la memoria. Por conseguir que no haya nadie que se jacte de un pasado que debería avergonzar a quienes lo provocaron, lo aplaudieron, lo jalearon, lo defendieron. Por reconocer que las víctimas merecen verdad, justicia y reparación. Por demostrar que la política, la palabra, el respeto al diferente, el reconocimiento de la pluralidad de nuestra sociedad y el afán por buscar lo que nos une es lo que ha hecho progresar a Euskadi y es sobre lo que seguir construyendo el futuro. Que la dignidad de las personas está por encima de cualquier causa política. Que los derechos humanos constituyen un absoluto ético que no puede fragmentarse. Que no hubo una razón que pueda justificar ningún febrero en rojo.

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