Cuenta Martin Abrisketa en La Lengua de los Secretos la capacidad que tiene un niño de inventar un mundo paralelo en el que disipar los miedos del horror. De un niño que se siente nacido en un queso, que quiere escalar el arco iris para llegar a la luna mientras conjura cualquier temor que pudieran producirle las bombas que asediaban Bilbao. Que intenta encontrar la explicación de por qué de repente sus padres no están, por qué debe pasar las mayores penurias en el inicio de su exilio, por qué debe huir a un lugar donde alguien le ofrezca una vida, la vida que le arrebataron quienes destrozaron su pueblo. Quienes sufrieron la masacre decidida y coordinada por todos los fascismos reflejan con nitidez la sinrazón y la deshumanización de aquellos que subliman intereses particulares por encima de la dignidad humana. Es la verdad que nos grita en este 26 de abril por encima de cualquier otra.
A Gernika no la arrasaron los rojos. A Gernika no la bombardeó el Gobierno español. Mucho antes de Trump existía la postverdad, que no es nada diferente a la mentira de toda la vida. Y a la mentira que sirvió al régimen franquista para eludir su atrocidad no le debe seguir la del nacionalismo para alimentar sus tesis victimistas contra España. Los guerniqueses fueron las víctimas aquel 26 de abril debido al ansia de los sublevados por derrotar el régimen democrático en España, el que avalaba no sólo una esperanza de libertad y justicia social, sino el anhelo de los vascos, de una y otra forma de pensar, de organizarse para convivir entre ellos y con el resto de los españoles. No entenderlo así, no explicarlo así, presentar este día como una agresión de España contra Euskadi es olvidar no sólo a los habitantes de la villa foral injustamente asesinados, sino olvidar a todos aquellos vascos que oyeron durante año y medio una sirena que les alertaba de un posible final para su vida, al menos como la conocían. (más…)