rimero lo intuí. Luego empecé a percatarme de su veracidad para, posteriormente, experimentarlo en mis carnes y, hoy en día, padecerlo. En mi circunstancia, como en la de otras muchas personas, resulta realmente complicado conciliar vida laboral, familiar y virtual. De momento, y visto que el anterior post está fechado el 12 de abril, parece claro que el principal damnificado ha sido este blog. Afortunadamente.
Aún así, he logrado sacar un rato para teclear un número: 12. Son los días que faltan para padecer las consecuencias de una nueva huelga. ¿O eran 104 días?
En los medios de comunicación, en las calles, en los centros de trabajo, en las casas, se escuchan comentarios que, unánimemente, lamentan la falta de unidad sindical. En lenguaje coloquial y teatral, parece una astracanada que este pequeño país tenga que multiplicar potencialmente por dos los efectos colaterales negativos inevitablemente asociados a una convocatoria de huelga. Perjuicios económicos, otros que afectan a la calidad de la prestación de servicios, etcétera.
Sucedió hace menos de un mes, con motivo de la extensión de las medidas de ajuste globales al sector público. Y volverá a suceder en breve, por el malestar que provoca una reforma del mercado laboral cuyos contenidos, curiosamente, aún no se habían definido cuando se tomó la decisión de ir a la huelga.
Por lo visto, los representantes de los trabajadores afiliados a las distintas siglas no se ponen de acuerdo en qué fecha es más conveniente para tratar de parar el país. ¿El 29 de junio, con la aprobación del decreto aún reciente? ¿O mejor tres meses después, para coincidir con una protesta de ámbito europeo?
Yo, por supuesto, no tengo la respuesta. Pero sí estoy en disposición de sumar una nueva hipótesis al debate. Igual, después de todo, la esencia de esa indefinición radica, no en la conveniencia de decantarse por una u otra fecha, sino en la oportunidad o conveniencia de adoptar una medida de ese calibre, considerada tradicionalmente último recurso. Porque, no me cansaré de decirlo, este país no está para huelgas. Euskadi y, por extensión, España, están para un esfuerzo colectivo.
Piénsenlo. ¿O alguien cree, sinceramente, que parar las máquinas nos permitirá toparnos al día siguiente con el cadáver de la crisis que nos ocupa y preocupa? No creo que haya nadie tan ingenuo.
2 thoughts on “Este país no está para huelgas”