Hace unas semanas se plantaba un nuevo retoño del Árbol de Gernika, el primero nacido en el siglo XXI. Desciende del Árbol Viejo, cuyo tronco se conserva fosilizado en la Casa de Juntas, que a su vez venía del Árbol Padre, plantado en el siglo XIV. El Árbol Padre hundió sus raíces en la Edad Media y dio sombra a la consolidación del sistema foral. El Árbol Viejo contemporizó con la adaptación se ese sistema a los nuevos tiempos liberales, con su reflejo en el Concierto Económico, en la decisión de los vascos de seguir regulando sus propias capacidades económicas para afrontar la modernización del país. Su sustituto apenas sobrevivió una década. El Nuevo debe ser símbolo también de la nueva reinvención de Euskadi, como siempre, tomando el testigo de sus antecesores y adaptándose a los nuevos retos.
Porque esta Euskadi que conocemos la hemos construido siempre sin olvidar de dónde venimos. Y así lo hicimos valer en la Constitución, con la disposición adicional que reconoce los derechos históricos y su materialización en el Estatuto, que puso al día toda la experiencia histórica de los vascos en la gestión de sus recursos. Derivado de ese Estatuto, y hasta el día de hoy, hemos aprobado 374 leyes en 35 años. Las que han permitido la normalización del euskera, garantizar un servicio público de sanidad y de educación, establecer el derecho subjetivo a la protección social, impulsar políticas propias de empleo e industrialización, contar con EITB….Y también las que ordenan las actuaciones de las distintas administraciones públicas para prestar esos servicios a los ciudadanos.
Una de esas 374 leyes fue la de Territorios Históricos. Fue de las primeras, pero no de las que se trabajaron desde el consenso, al punto que fue detonante para la ruptura del partido que la promovió. Y no fue pacífica porque quienes la impulsaron pretendieron establecer un salto y recuperar el viejo modelo de poder foral, pasando por alto que en medio se había producido un hecho tan insólito como la configuración por primera vez de una comunidad que aglutinara a los vascos, a los que debía atender desde las instituciones comunes.
Pero hoy, lo que se nos reclama a los políticos es eficacia en la gestión de los recursos públicos para atender todas las necesidades que deben estar garantizadas por servicios públicos. Y está constatado que nuestra organización institucional actual duplica gastos en materias iguales y que, sobre todo, no es eficiente a la hora de responder al ciudadano. Por eso es imprescindible que sometamos a la totalidad de nuestro sistema a una revisión a fondo. Algunos de esos cambios, como venimos defendiendo desde el PSOE, tienen que venir por la reforma constitucional, en la que será necesario el concurso de todos los españoles y los partidos que les representan. Otros, como también consideramos en el PSE-EE, por una revisión estatutaria, que además de la voluntad política necesita un procedimiento de refrendo ciudadano. Pero hay otras reformas que están en manos de quienes ya tenemos escaño en el Parlamento vasco. Y es el caso de la LTH.
Cambiar esa ley, adaptarla al siglo XXI y superar los complejos que viene arrastrando desde su nacimiento es para nosotros uno de los retos de la modernización de Euskadi. Y hay que hacer frente a esa modificación sin miedo. Hay que buscar la simplificación de la administración, hay que coordinar mejor lo que hacemos en Gobierno, Diputaciones y Ayuntamientos. El ciudadano que consulta ya por teléfono con su médico quiere también que para solicitar una ayuda no tenga que pasar por veinte ventanillas. El ciudadano que recibe un servicio en Gipuzkoa quiere que sea similar al de Bizkaia o Álava. Y no quiere pagar más en sus impuestos por residir en uno u otro Territorio. Y ese mismo ciudadano quiere que las instituciones no pierdan el tiempo y los recursos en disputas sobre quién debe hacer qué. Euskadi es una gran ciudad, aunque con bastantes menos habitantes que Madrid o Barcelona. Y los vascos no pueden perderse en las distintas administraciones para ser atendidos en lo fundamental.
Contaremos a nuestros hijos que sus abuelos lucharon por preservar su libertad y sus tradiciones. Contaremos cómo históricamente hemos sabido organizarnos, y cómo debemos hacer valer siempre esa voluntad por hacerlo. Pero no nos prestarán mucha atención cuando les contemos por qué tienen que llamar a tantas puertas para tener respuesta a lo que necesitan. Ellos y ellas lo resuelven normalmente en un click de su ordenador. Nosotros podremos seguir enfrascados en todo lo que ha costado llegar aquí, que un pueblo tan pequeño contara desde hace siglos con una forma propia de organización en cada zona del país, podremos seguir hablando de los montes bocineros, o de lo que supuso negociar el primer Concierto, o de cómo se castigó a Bizkaia y Gipuzkoa privando a sus ciudadanos de ese sistema, o de cuánto costó recuperarlo en la Constitución y luego en el Estatuto.
Pero nuestra responsabilidad no es la de ser historiadores. Nuestra responsabilidad es dejar a nuestros hijos un país mejor que el que recibimos. Es dejar organizadas todas nuestras administraciones para que sean eficaces. Hay quienes sólo quieren legar un país lleno de historia. Del Árbol Padre al nuevo retoño de Gernika, siete siglos de historia y lo ocurrido bajo su sombra. Los socialistas queremos legar un país con historia y moderno. Por eso hay que afrontar sin temores todas las reformas en nuestra mano. Lo estamos empezando a hacer también con la LTH.
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